Acerca de la instauración del deseo de saber

El proyecto pedagógico investigativo “Pautas de crianza y sus efectos en la relación del niño y la niña con el saber” me permitió como maestra en formación reflexionar sobre mi proyecto de vida y mi historia personal consiguiendo así, realizar un paralelo con la teoría encontrada en el estado del arte sobre la función paterna y la incidencia en la instauración del deseo de saber en los sujetos.

 

 

Abstract 

En este artículo se pretende puntuar el concepto de función paterna, luego se propondrá un vínculo entre la función paterna y la instauración del deseo de saber en los sujetos, y  finalmente se aclarará si dicha función puede ser cumplida cuando el progenitor no está.

 

“La función  que debe ejercer el padre tiene que

 ver con la transmisión de la ley y el deseo…

 El padre como instancia que vehiculiza la

 entrada del sujeto es la castración”[1]

La función paterna es un acto simbólico a través del lenguaje con el cual se transmite una ley de prohibición dirigida a la madre y al hijo, donde se separa al hijo de su madre, pues es una relación de supuesta completud, donde ambos encuentran en el otro su objeto de satisfacción, sintiéndose uno, el hijo instaurando como objeto de deseo a su madre y ella instaurando a su hijo como objeto fálico, es entonces donde ingresa la función paterna como un agente separador.

Pues el padre al privarlos a los dos (madre- hijo), al primero de su objeto de deseo y al otro de su objeto fálico, se convierte en el objeto deseado por la madre y un representante de ley, que la hace cumplir sometiéndose él mismo a ella, porque ha de concebir que la instauración de su ley es fundamental tanto para la inclusión de su hijo(a) en la cultura como para la permanencia en la misma.

Aquí cabe preguntar ¿De qué se trata la función paterna? Se trata de una función que separa simbólicamente al niño de la madre, ofreciéndole al hijo(a) la posibilidad de estar en falta y con ello permitir el surgimiento de un deseo diferenciado del de la madre. El padre en tanto prohibidor, es el que hace que el niño pueda separarse de la madre; ésta es la razón por la que la función paterna se convierte en responsable de lo que se ha llamado la cuestión de la falta. En otras palabras,  la función paterna, al lidiar con la falta  consigue de un lado, que el hijo sea un espejismo de la falta y de otro lado, consigue instituirse como el objeto deseado por la madre más allá del hijo.

Es decir, que sólo en tanto el padre real[2] comience a aparecer como instancia que interfiere el deseo devorador de la madre, se producirá la incertidumbre en relación a esa figura paterna, que al confrontar al niño con la castración, produce efectos de significación que permiten la irrupción en la escena del padre imaginario[3], haciendo posible que el padre simbólico[4] invista al padre real.

La presencia del  padre simbólico es fundamental porque sólo él funciona como referencia a la ley. Este padre incide en el psiquismo del niño porque como se ha dicho en líneas anteriores, su presencia comienza a ser significativa en función con el deseo de la madre y en la medida en que ella lo inviste (al padre) fálicamente.

Si es el padre quien transmite la ley, su función no se puede confundir con la de genitor, una cosa es la función simbólica y la otra es la función del copulador. Puede suceder que el genitor (padre real) no esté y sin embargo, el hijo haya recibido el don de la ley, y lo contrario; porque en el orden humano, el padre sólo existe con la palabra y a partir de ella, sin palabra habría genitores, pero nadie podría decirse “padre”, ni podría decirse “hijo”.

La paternidad es entonces, una consecuencia del lenguaje, más allá de lo natural, por ello siempre será incierta. Siempre dependerá de que sea una mujer quien diga “este es el padre de mi hijo”, de ello se puede decir que la función paterna es atravesada por el lenguaje, primero porque es la madre quien le otorga ese lugar al padre para que lo ocupe y lo haga valer como ley y segundo porque es a través del lenguaje cómo el padre le otorga al hijo(a) un lugar diferenciado del lugar de la madre, por ello es que esta función es incierta, porque debe pasar por un lugar de amor y respeto reconocido por la madre y por la disposición del padre para asumirse como representante de ley.

Retomando lo anterior Arango Múnera, hace referencia a que la función paterna le  permite al sujeto nacer como deseante, estar en constante búsqueda de llenar el vacío que ha dejado la instauración del límite que ha colocado el padre, en las relaciones libidinales del sujeto. Cuando la falta es reconocida por el sujeto, emerge el deseo, el cual, será desplazado a otros campos por medio de la sublimación permitiéndole acceder a la cultura en la cual tratara de encontrar objetos re-satisfacción, en concordancia con esto el autor afirma que:

“La cultura, como forma de barrera a lo real de la pulsión de muerte y del goce, es una de las formas de permitir la convivencia y la sublimación y tiene su reflejo en la consistencia del Otro, en la acción de la función paterna creadora de la capacidad deseante y en la instauración de los ideales, los cuales, a través de los procesos identificatorios y de las organizaciones grupales, permiten enfrentar lo real como imposible de soportar.”(28:1998).

De esta manera se puede concluir que la función paterna  es aquella que transmite la prohibición de los deseos más profundos como lo son el incesto, el homicidio y el canibalismo, y es la que actúa en el sujeto instaurando un limite en la relación madre- hijo, produciendo una ausencia, lo que  posibilita el surgimiento del deseo. Es decir, la función paterna permite el corte en la relación de la madre con el hijo como un todo satisfacción y por otro lado permite que el hijo se inscriba en la cultura, adquiriendo un deseo propio y un acceso a los bienes de la humanidad.

Teniendo claro el concepto de función paterna, se continúa con el vínculo entre dicha función y la instauración del deseo de saber en los sujetos. Para hacerlo es necesario hablar de la falta y de decir que al ser reconocida por el sujeto, emerge el deseo, y comienza una búsqueda constante de llenar el vacío que ha dejado la instauración del límite que ha colocado el padre, en las relaciones libidinales del sujeto. El deseo entonces será  desplazado a otros campos por medio de la sublimación permitiéndole acceder a la cultura y encontrar nuevos objetos de satisfacción.

Pero para que el deseo se instaure, es decir, para que el deseo se establezca, se funde o se ponga en marcha, es necesario que ese objeto se haya perdido y es el padre simbólico quien configura el objeto perdido, ese que se intenta recuperar para alcanzar la satisfacción  prohibiendo que este objeto recaiga sobre la madre si no que empuja  al sujeto a la interacción de nuevos objetos de amor distintos.

Para continuar, se hace indispensable puntuar sobre el deseo de saber, diciendo así que es esa pulsión que nos lleva a buscar el conocimiento de sí mismo o de algo en particular. Este deseo de saber surge al inicio de la vida de todo ser humano, siendo este el que mantiene al sujeto en una curiosidad constante e interrogándose por sus relaciones libidinales, diferencia sexual, preguntas de las cuales no encontrará respuesta. Este deseo de saber  lo podrá sustituir a otros campos (sublimación) tratando de buscar algo más que imaginario, un objeto de conocimiento, el cual será siempre anhelado y buscado pero nunca alcanzado.

Se sabe así, que el deseo de saber se inscribe en el sujeto a través de sus primeras relaciones con los objetos primordiales, primero con su madre que es el primer objeto de amor, relación que es irrumpida por el padre, reconocida por la madre marcando un límite; es en este tiempo, en que el sujeto decide o no reconocer su falta, si lo hace; puede ir en busca del camino para satisfacer sus pulsiones, uno de sus  destinos puede ser la sublimación que es una de las principales condiciones para la emergencia de un deseo de saber. En este destino la pulsión sexual escapa a la represión y logra ser transformada en actividad creadora, manifestándose en deseo de saber. Entonces, para que pueda alojarse un objeto, en este caso, para que el saber llegue a ser objeto de deseo es importante que las personas que representen para los niños y las niñas la ley, lo eduquen en el no todo es posible, en la falta.

El deseo de saber entonces es ese motor que impulsa una búsqueda  causada por una pregunta por el ser y es determinante la identificación con el deseo de los padres, y no con sus pedidos, para que este deseo se pueda transmitir. El padre es el encargado, sólo si la madre se lo permite, de indicarle al niño a través del lenguaje y de la representación y reconocimiento de su ley, que no está completo, que siempre va a estar en falta y que debe buscar significantes que lo completen fuera del vínculo materno, es decir, en la cultura. Uno de esos significantes puede tomar la forma de deseo de saber y para que el niño desee saber, es necesario que primero le suponga un saber a otro (al encargado de su educación), lo admire y articule su deseo con el deseo de ese otro, que a su vez debe desear el saber que proclama, para que así, se logre una transmisión de deseo, de pasión por el saber y no de información.

Logrando claridad en ambos conceptos, el de función paterna y el deseo de saber, encontramos entonces que la función paterna es la encargada de insertar al sujeto  en la cultura a través de la representación de su Ley y el reconocimiento de la misma por la madre como mediadora, lo que lo lleva a buscar otros objetos de goce que lo completen, diferente a la madre y uno de esos objetos puede ser el saber.  De esta manera es  función del padre señalar al hijo como no-confundido con su madre; en una posición de interdicho (lo que se dice entre la madre y el hijo) y por lo tanto tiene un efecto de prohibición en tanto establece un doble NO: al hijo “no serás el dueño de tu madre” y a la madre “no reintegraras tu producto”. Es en este sostenimiento de la prohibición que se puede deducir que si el padre no cumple con esta función de ingresar al niño en la lógica que la cultura dictamina éste (el hijo) no podrá acceder a los bienes que le ofrece la humanidad (conocimiento), no porque no quiera sino porque el hijo queda sumido en el deseo de la madre que se lo devora y le impide hacerse a un deseo propio, entonces si el hijo queda devorado por el deseo materno no tiene un deseo propio y si carece de éste no podrá instalarse allí algo así como el deseo de saber, siendo éste la posición que asume el sujeto frente a los bienes de la humanidad y su relación frente a ellos.

Ahora, para finalizar, es necesario aclarar que si dicha función paterna puede ser cumplida cuando el progenitor no está, aunque anteriormente se había mencionado, pero, es relevante puntuar sobre ello. Pues, si la función paterna es una función simbólica donde se transmite la ley, entonces el padre simbólico puede cumplir con esta función, brindándole al hijo el don de la ley, porque en el orden humano, el padre sólo existe con la palabra y a partir de ella.

En consecuencia, como lo afirma Montoya Gutiérrez, la función paterna no tiene que ser ejercida por el progenitor, sino por cualquier persona la cual debe ser autorizada por la madre, proponiendo que lo importante no es quien, sino como ejerce esa función paterna, que puede contribuir a la renuncia de la satisfacción de orden pulsional. Resaltando que “la función paterna puede ser ejercida por el genitor, pero también puede ser ejercida por otra persona autorizada por la madre o puede ser ejercida por la misma madre. Lo fundamental para el sujeto es que exista una función paterna que le permita la elección de la neurosis.” Es entonces, donde la función del padre pasa de un querer ser padre a un saber ser padre, puesto que éste pasa de un querer ser la ley, a representarla, al darle al niño la cultura a través de la mediación de la madre, haciéndole saber que debe dirigir su deseo hacia objeto que lo complete, porque la madre es el falo del padre y no del hijo, lo que le señala una ley de prohibición en la que se muestra que el deseo de cada uno, se somete a la ley del deseo del otro, lo que estructura la subjetividad del niño.[5]

Realizado por: Juliana Andrea Echavarría Molina.

Licenciada en Pedagogía Infantil

Medellín, Octubre, 2010.

 

Bibliografía

ARANGO MÚNERA, Juan Carlos. “El declive del nombre del padre y el malestar en la cultura contemporánea” universidad de Antioquia facultad de ciencias sociales y humanas, departamento de psicología, Medellín, 1998.

MONTOYA GUTIERREZ, Gloria. “El padre en la estructuración subjetiva. Departamento de psicología, Universidad de Antioquia, Medellín 2000.

RESTREPO SALDARRIAGA, Ana Sofía. El concepto del padre en la obra de Lacan. Tesis. Universidad de Antioquia. Departamento de Psicología. Facultad de Ciencias Sociales y humanas. Medellín. 2000.

Revista Colombiana de Psicología. Publicación del departamento de Psicología de la Universidad Nacional de Colombia. Número 2. Agosto de 1993. Capítulo II: “Del padre y la ley como objetos transicionales” Fabio Buriticá.

 

 

[1] RESTREPO SALDARRIAGA, Ana Sofía. El concepto del padre en la obra de Lacan. Tesis. Universidad de Antioquia. Departamento de Psicología. Facultad de Ciencias Sociales y humanas. Medellín. 2000

[2] Es un modo de hacer presencia y colocar límites al vínculo madre-hijo. aparece cuando la falta de la madre hace mirar al otro, es decir que, más allá del hijo se encuentra el padre quien rompe la ilusión de completud entre la madre y el hijo; a este padre real, debemos la certeza de que la felicidad es imposible, siendo primordial que el padre aparezca en el discurso de la madre como el falo.

[3] Es un padre que el niño se inventa cuando se da cuenta de que este es un rival, que no permite la felicidad, que no le consiente estar en el paraíso, este padre inventado es un padre que le permite el goce; es aquel que el niño ubica en un lugar de excelsitud, lo idealiza, es un padre que lo permite todo.

[4] Es aquel que esté o no esté presente, ubica al niño como un sujeto de ley ya que en su discurso le deja claro que esta existe, además instaura el límite a la pulsión y su función limitadora está atravesada por el acompañamiento en la construcción del deseo, un deseo que está a favor de la cultura pues le permite convivir y crear vínculos sociales. En otras palabras, es un padre organizador y protector (protege al hijo de la madre), el cual manifiesta en su discurso que no se goza del todo y no se goza de la misma manera.

[5] Revista Colombiana de Psicología. Publicación del departamento de Psicología de la Universidad Nacional de Colombia. Número 2. Agosto de 1993. Capítulo II: “Del padre y la ley como objetos transicionales” Fabio Buritica.